Adoptaba, de vez en cuando un semblante que podía entrever su mortalidad. Disimulaba la dulzura de su mirada que inevitablemente a veces lograba escapar.
Pero aquella tarde parecía irreversible, no había profundidad en sus ojos, ojos oscuros pero gélidos. Y reía, reía por dentro regocijándose.
Ahogarse en su risa era un mal necesario, como lo es en el medio de la caída preguntarse cuando llegará el impacto.
Una inagotable belleza caminaba a su lado y tiraba de sus brazos y de sus piernas cual titiritero y le repetía una y otra vez: "es la piel tu propia prisión. Ya ves, no de todos se puede ser amo"
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