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Ahí estaba, pura genética felina, al lado mio, jugando, jugando. 
Desde que llegó a la casa nunca abandonó su costumbre de dedicarle sus días al esparcimiento. 
Paralelamente en mi caso los años me habían cambiado un poco. Mi afición por huir de mi misma fue más allá. 
Lo más probable es que me este equivocando a la hora de hacerme entender... 
La conciencia es un peso pesado, el más pesado en mi equipaje, después de años de práctica logré soltarla al cerrar los ojos, pero vuelve con cada rayo de luz. 
Semejante efecto narcótico nunca es gratuito. Juegan carreras maratonicas las agujas que tengo al lado de mi cama, y las que están dentro de mis células también. 

Por eso, al descubrirla tan despreocupada prestándole atención solo a aquello a lo que pudiese cazar, me pregunté a cual de las dos nos iba a salir más caro el modo de vida que habíamos elegido. 

Supongo que el día del juicio final, más allá de todo bien o todo mal, la llave al verdadero descanso será tener la conciencia tranquila. 
Y no necesité bucear en mi inconsciente para abrir los telones de mi imaginación, y verme ahí con cinco décadas agregadas al calendario y doce kilos más de sueño buscando ahogar la culpa por haber dormido lo que debí haber vivido con mis cinco sentidos. 
Y llegó a mí esa lucidez que paradojicamente me da ese mundo del que siempre me escapo, y juré por los segundos sin estrenar no perderme, quién sabe si lo cumpla, o quede abatida de promesas rotas... 


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